jueves, julio 23, 2009

Viaje al norte de Argentina, Parte 1

En el que un viaje que casi se frustra se rearma por completo, se le agregan piezas, se improvisa, y se lucha contra la naturaleza para alcanzar el objetivo principal, no sin que los contratiempos acaben una vez comenzado el trayecto.


Miércoles 15, casi las 8 de la noche, preparando el bolso para partir. Ya no recuerdo por qué, pero se me ocurrió prender el computador mientras terminaba de meter la ropa y calentar el agua del termo, y me topo con la sorpresa de un mail de Sol diciendo que por razones de fuerza mayor no podrá ir. Mal, este viaje estaba pensado para más de 2 personas, por temas de costos. Le aviso a Carola, le pregunto si conoce gente que se pueda sumar, y le digo que me espere un rato, para ver si yo consigo a alguien.

Entro a MSN buscando gente, llamo a amigos que podrían estar dispuestos y disponibles, y finalmente aparece Constanza en MSN, y luego de conversar un rato, se anima a ir, así de la nada, recién avisada y partiendo “a penas esté lista” para Argentina. Excelente, porque ya me estaba empezando a tostar de no poder realizar el viaje que hace rato venía buscando.

La idea original era subir por Chile en la noche y cruzar en el paso San Francisco a la altura de Copiapo en la mañana, y de ahí seguir para arriba por Argentina hasta un parque natural en Jujuy, si alcanzábamos, y luego volver bajando hasta Mendoza. Sale más caro subir por Chile, pero de noche en invierno cierran el paso los Libertadores, y la idea era aprovechar al máximo el tiempo.

Para variar, y claramente no aprovechando al máximo el tiempo, me enredé a la salida de Santiago, me metí hacia Chicureo (que estaba indicado Ruta 5 Norte también, no tenía como saber que había otra sin peaje más allá) y además se me pasó la salida, así que nos tuvimos que dar la vuelta en la autopista, cosa que no está contemplado (imbéciles que no piensan en la gente distraída), y por suerte un par de amables funcionarios nos permitieron la maniobra, para furia de la gente de otro auto que parece que habían tenido un problema similar y tuvieron que pagar el peaje para darse la vuelta. Se bajaron de su auto y nos miraron con ira, poniendo sus puños en las caderas en clásica actitud de negra altiva, pero ni pescamos. Probablemente se quedaron alegando por ahí, igual dio lata por el pobre que nos dejó pasar y que probablemente se comió el enojo del otro auto.

Ya en carretera, seguimos camino sin mayores contratiempos, dándome cuenta que estaba en minoría en ciertas cosas, partiendo por el hecho que no iba con una persona que le tenía miedo a los túneles, sino que con 2. En otro ataque de distracción, pasé derechito por un tunel camino a Los Vilos cuando podría haber tomado la cuesta para que Carola y Constanza no se complicaran, y de paso ahorrar algunas lucas de peaje. Será para la otra… De ahí en adelante las chicas durmieron mientras yo manejaba.




Tipo 5 ó 6 llegamos a La Serena y pasamos al Casino. Yo perdé 3 lucas, y Carola ganó como 10, gracias a la práctica y “clases” que había recibido la semana anterior, cuando también pasó por el casino de ida y vuelta de su viaje al norte.

Saliendo cambiamos de puesto, Carola al volante y yo atrás para dormir, tratando de emular la posición que ella había tenido antes y parecía haberle dado tan buen resultado. No sé si requería alguna técnica especial, medir menos de 1,60 o mucha costumbre para dormir en autos, pero no logré descansar mucho. En el futuro dormí en el asiento delantero y con algo para apoyar la cabeza, mientras que Carola terminó sacándole el jugo al trasero usándolo en toda su extensión cual cama. Constanza se turnó entre el del copiloto y el de atrás, sin tener al parecer nunca problemas para dormir.




Como a las 11, creo, estábamos en Copiapó y llegando al camino que nos llevaba al paso fronterizo (donde, de paso y con ayuda de Carola, aprendí a sacarle el jugo a Google Maps, pidiendo que diera indicaciones de cómo llegar). Al lado del camino había algo que no teníamos claro si era nieve o sal, pues se veía muy fina. Paramos para ir a ver, y efectivamente era nieve, pero totalmente distinta a la que había visto otras veces en los complejos. Esta nieve parecía de televisión, “falsa”, perfecta. Era suave y delgada, caía dócilmente y se dejaba llevar por el viento como espuma, no pegándose así misma como hielo picado. La nieve ahí demostraba que aunque no lo notábamos, estábamos bastante alto. Ese paso es el de mayor altura entre Chile y Argentina, a 4700 metros de altura, app.




Cambiamos de puesto nuevamente (siendo mi auto y habiendo manejado por el camino antes, Carola prefería que lo hiciera yo por si llegaba a pasarle cualquier cosa, pues en sus palabras no era un camino fácil y tenía harta piedra suelta) y comenzamos el camino, y poco a poco fuimos notando más nieve. Mi papá me había comentado que había habido un “temporal” a principios de semana y que podría estar cerrado el paso, pero yo había visto que para los días que ibamos a estar habría buen tiempo. Como en los libertadores con un buen día de sol despejan el camino, no iba demasiado preocupado, pero a medida que avanzamos por la ruta que lleva a la aduana, empezamos a cuestionarnos seriamente si el paso estaría abierto. Había harta nieve y barro, nos topamos con un auto que se estaba dando la vuelta (y que a penas pasó al lado nuestro) que hizo que nos quedáramos pegados pues se le ocurrió devolverse al lado de un lodazal, y luego con un camión que demarcaba camino y estaba poniendo cadenas. Preguntamos como estaba, y nos dijeron que no muy bueno, pero que si pasábamos del Caballo Muerto (o Potro, o Perro, no recuerdo bien) a unos 6 kilómetros estaríamos OK. El camino se complicó, derrapé un par de veces pero aprendí a controlarlo y a manejar en nieve, bien enseñado por Carola la copiloto. No nos quedamos pegados en ningún momento, aunque amenazas hubo. Hartos kilómetros más allá de lo esperado vimos el cartel del Caballo Muerto, diciéndonos que en teoría ya había pasado lo peor. Perfecto, ya prácticamente estábamos en Argentina. Un tiempo más de curvas y cuestas barrosas y nevadas (precioso paisaje, por cierto, que Carola comentó que estaba todo seco y gris hace no más de 5 días) nos llevó a una explanada donde al fondo podía verse la Aduana. Entre ella y nosotros, un enorme montón de nieve blanda con un par de huellas de camionetas altas que la habían recorrido sin problemas con su doble tracción, cosa que nosotros no teníamos. Pero ya estábamos arriba, al lado, en nuestra meta comentando de las hazaña de subir la cuesta, y de lo penca que fue que no hayamos podido grabar alguna de las derrapadas del camino, así que seguimos no más, cuidando pasar por donde mismo estaban las huellas, Carola grabando la llegada…y la enorme derrapada que pegamos en el camino y los gritos de alarma cuando casi se fue el auto, además del regocijo cuando pasamos el banco de nieve (ahora más bajito gracias a que lo aplanamos) con el Capitán Kirk (que demás está decir que se comportó todo el viaje a la altura de las circunstancias).

Así que ahí estábamos, en la aduana, nadie más así que un trámite rápido para seguir al otro lado, de paso ir a ver la Laguna Verde que queda casi al lado de la frontera (la aduana chilena está a unos 100 Kms de la frontera) y cruzar por el parque nacional nevado tres cruces. Todo eso si tan solo el carabinero solitario no nos hubiese dicho, sin ningún tipo de emoción en su rostro, que el paso a Argentina estaba cerrado y que no podíamos segur más allá.

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