Director: Pablo Larrain
Protagonistas: Alfredo Castro, Antonia Zegers, Amparo Noguera
Pablo Larraín repite sin vergüenza y sin querer ocultarlo el esquema de su anterior película (para no decir la palabra “fórmula”, que pude sonar excesiva), contando una historia de época de un tipo con ciertos problemas de personalidad/emocionales mayores al promedio, y una mujer que lo ve como un escape.
Los personajes y los motivos, claro, son diferentes a los de Tony Manero, pero se repiten bastantes elementos. Por un lado tenemos a Alfredo Castro nuevamente en el papel principal interpretando a alguien social y emocionalmente inepto (quizás hasta incapaz) con obsesión que lo llevará a su límite. En la película anterior era el protagonista de Fiebre de Sábado por la Noche, en Post Mortem es su vecina. Por otra parte tenemos a Amparo Noguera como una mujer fuerte, nuevamente enamorada del personaje de Alfredo Castro, aunque en esta película es un sentimiento más sutil, que algunos podrían hasta cuestionarse si es amor o solo una amistad con ganas de más. A eso lo podemos sumar el clima histórico y político de conflicto, que gatilla y desencadena lo peor del personaje principal.
Larraín usa colores, estilo y quizás hasta película que evoca las cintas de los 70s, decisión estética que no creo compartir. De algún modo, es hacer parecer de baja tecnología algo que no lo es, y al mismo tiempo facilita la ambientación pero de modo externo, ya que sentimos que estamos viendo algo en los 70s porque parece una película de los 70s, no necesariamente porque la ambientación interna esté bien lograda (aunque creo que sí lo está, por lo que encuentro el otro recurso innecesario). Hay escenas, incluso, en las que creo que este recurso restó dramatismo pues la distorsión de colores causó perdidas de detalles (como con los muertos en la escalera).
Quizás sería bueno comentar de que se trata: Mario, un funcionario que se dedica a transcribir autopsias está enamorado de una vecina del Bim Bam Bum, la que ha perdido su glamour y trabajo, y no se haya muy bien con su círculo familiar de izquierda. Cuando la relación entre estas dos personas comienza a avanzar (cojeando), se produce el golpe de estado, dejando a Mario en una posición ventajosa en la que puede ayudar a la bailarina.
Es una buena película, pero me gustaría para la próxima ver algo más arriesgado, no solo el espiral de decaimiento de un personaje que ya está determinado a caer y en su ocaso, pues eso es lo que encontramos tanto en Tony Manero como en Post Mortem, los últimos pasos en el descenso de los protagonistas. Las circunstancias políticas pueden ser anecdóticas, y no son esas las que realmente cambian a los personajes, sino que sacan a relucir lo que ya son. Por otra parte, no parecen destruirse por sus acciones de la película, sino porque es el camino que siguen desde hace mucho: ya están dañados de modo irreparable e irredimible. Distinto es de, por ejemplo, una película de los hermanos Coen, donde también asistimos a la perdición de uno o más personajes, pero causada por sus acciones, torpes quizás, pero con intención de avanzar, y es el resultado el que los cambia y los lleva a destrozarse. Es su ambición, en el fondo, cuando los personajes de Larraín realmente no la tienen. En las películas de Larraín quizás existe más realidad, pero no debemos olvidar que son ejercicios de narrativa, y de pronto, o es malo aprovechar que en ellos se pueden estirar más los límites sin perder la credibilidad del sueño ficticio. Creo que la serie que está preparando para HBO podría demostrar si es capaz de salir airoso con algo más arriesgado que un personaje perturbado en manos de Alfredo Castro, cosa que ya sabemos puede lograr muy bien.
martes, enero 04, 2011
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