martes, mayo 26, 2009

Viaje a Argentina, Parte 2

En el capítulo anterior los protagonistas pasaron la noche en Córdoba en un hostal, con la intención de dormir bastante, de modo de evitar dormir la noche siguiente.


En la mañana nos levantamos relativamente tarde, como a las 10, si mal no recuerdo. Luego de una rica ducha, algo que durante todo el viaje, antes y después, estuvimos deseando constantemente, fuimos a buscar una casa de cambio para que Carola cambiara su plata. Acá hago un paréntesis sobre las duchas argentinas: en general son abiertas en el baño, al lado tienen una goma como esta para limpiar vidrios para ayudar a secar un poco el piso al final, y normalmente no tienen ni cortina, al menos eso me dijo Carola. En el baño de hombres del hostal había 2 duchas, una con y otra sin cortina, pero la verdad no había mayor diferencia. Estos argentinos están majaretas...

Dimos un par de vueltas a pie por el centro de Córdoba, encontramos la casa de cambios y seguimos mirando, Carola andaba tratando de encontrar unas botas y con ganas de comprarse algo, aunque no sabía qué. Al igual que Sol y Pável unos días antes, sugirió que buscara unos pantalones que no se me estuviesen cayendo. Claro, visto así no suena tan bien, pero si lo pongo en perspectiva de que cuando los compré me quedaban super bien, lo tomo como un cumplido de que estoy más flaco, aunque ella no lo haya pensado así :-) Estuvimos por ahí como hasta las 3, creo, nos topamos con una protesta de bancarios con cánticos bastante más animados que los que se ven por acá (o esa impresión me dio, no suelo meterme mucho en marchas) y el centro casi, casi desaparece otra vez, pero volvimos al auto sin problemas. Otra curiosidad es que en todas las cuadras hay por lo menos una “Playa”, o estacionamiento. No son tan grandes estos edificios, dos pisos a lo más, y está lleno. En las otras ciudades también vimos, pero no tantas.

Originalmente habíamos pensado quedarnos hasta más tarde en Córdoba y llegar a puro carretear a La Rioja, pero como ya estábamos más o menos listos y tanta hambre no teníamos, decidimos partir al tiro y aprovechar así de recorrer La Rioja antes del carrete. Compramos un par de sándwiches de milanesa, y entramos a una fuente de soda a pedir que los calentaran. Sinceramente yo pensaba que nos iban a mandar a la punta del cerro (cosa que no era tan fácil, porque como comentaba los cerros no abundan en el paisaje) porque no es muy buena educación eso de llevar comida propia al restaurante, pero como dije antes la gente allá es muy buena onda y lo hicieron amablemente, y hasta conversamos del calentamiento global con el cocinero.

Partimos pues, yo manejando, hacia La Rioja. Teníamos 2 opciones de camino, y elegimos el más largo por dos razones: pasaba por Jesús María, en donde vivían unos amigos de Carola que podríamos pasar a visitar, y porque también cruzaba un lago, así que tendríamos un super panorama. En el camino Carola prefirió no ir a ver a sus amigos porque no estaba tan segura de poder encontrar su casa, y quería intentar no llegar tan tarde a La Rioja.

El camino era super seco, pasamos por zonas de salar, para que repetirles que era increíblemente plano y que se veía hasta muuuuy lejos. Recuerdo ahí que nos paró una policía (como en todas las fronteras de estado) muy simpática, que nos dio instrucciones de cómo seguir. Lo divertido es que tenía un acento tan cantadito, que casi parecía que lo estuviera forzando. Hasta los carabineros son enteros buena onda allá, como que el viaje cambió mi percepción de los argentinos, para mejor. Parece que el problema son los porteños...




En el camino encontramos uno de los lugares que más me gustó del viaje, sin ser ninguna maravilla, y probablemente fue por lo extraño, inesperado y también por el momento del día en el que lo encontramos, que hizo que se viera más choro. Era un parador abandonado, donde había 2 buses desarmados y destartalados, al igual que un auto. Del auto no tengo fotos, de los buses sí. Aprovecho de explicar algo de las fotos que tanto piden con gente: tengo pocas fotos donde salgo yo por dos razones, porque en general no me gusta mucho tomarlas (y me agrada National Geographic), y porque para evitarnos problemas con Carola en vez de cambiarnos las cámaras a cada rato para tomarnos fotos donde apareciese el dueño, nos tomamos fotos “cruzadas” para luego pasarnos todas las fotos que cada uno tomó, cosa que aún no hacemos. Bueno, en la cámara de la Carola hay fotos del auto, quizás cuando las tenga subo alguna. En cualquier caso, creo que acá tomamos algunas de las fotos más choras del viaje (yo al menos).





Continuamos camino a La Rioja, y nunca nos topamos con el dichoso lago. Recién ahora, viendo un mapa más grande, veo que la mancha que aparecía en el otro que supusimos era un lago, realmente era un salar, o sea que pasamos por ahí todo el rato. La Rioja era una ciudad pequeña, me recordó al estilo de Quillota, bastante pueblerina, pero con una mayor periferia, quizás. Su “gracia” radicaba en la cantidad de motos que había. ¡Estaba lleno, repleto! Andaban de a 3 por moto, y cargando paquetes. Era efectivamente el medio de transporte de la ciudad, y se metían por cualquier lado. Nos dimos una vuelta por la ciudad, pensando en recorrerla, y cachamos rápidamente que era pequeñita. Lo que no era pequeño, al menos en comparación con la ciudad, era la universidad, que sin ser bonita era sumamente completa, con laboratorios para todo y una montonera de carreras. Aprovechamos de pasar al baño, y sorpresa, sorpresa, las tazas ni tapa tenían. De más está decir que papel higiénico tampoco... ¿Qué onda los argentinos y sus baños?




Carola tomó el volante, nos dimos una vuelta más por el centro y nos estacionamos con la intención de recorrer un poco y buscar comida, al menos para mí que había picoteado menos de la mitad del sándwich, porque iba manejando y eso no sé si me quita el hambre o hace que se me olvide que hay que comer, pero el asunto es que no comí casi nada. En eso encontramos un par de tiendas de ropa usada que tenía cosas muy baratas (aunque para mujeres), y carola salió con un par de vestidos y una falda. Había varios chaquetones muy bonitos y baratos (a 1.500, más o menos), que hubiese comprado para regalar incluso, pero estaban súper manchados, como teñidos, y no sé si hubiese salido.

Mientras nos echaban de la tienda por la hora, aprovechamos de preguntar por lugares a donde salir. La cara de extrañados de los dependientes confirmó las sospechas de que La Rioja era como el Quillota chileno (y explica por que Bolocco no estaba ni ahí con quedarse allá), y solo pudieron recomendarnos un lugar donde tocaban folklore argentino y El Cielo, un bar con pool. Y a ese segundo fuimos. En el camino vimos que había un casino (y un night club que Carola confundió con un hotel, por lo que cuando fue a pedir información turística no logró conseguir mucha) y quedamos de darnos una vuelta por ahí cuando estuviéramos más prendidos.

Al lado del Cielo, que ya no se llamaba así, a todo esto, había una feria de artesanía ecléctica en donde había de todo mezclado en una cuadra: muebles, comida, inciensos (llamados sahumerios), artesanías, ropa, libros... En general todo choro. Ahí tanto Carola como yo actualizamos nuestros bananos (allá riñoneras). El nuevo mío es bastante parecido al que tenía, pero de cuero y con un par de cierres más a los lados, y con uno menos “principal”. Me sorprendió luego notar que los cierres están hacia el otro lado, y debo decir que sudé un poquito frío, pero me tranquilicé cuando pensé que era conveniente para sacar los audífonos del reproductor de música.



Bueno, llegamos al cielo, y estaba súper piola. La música era ideal, clásicos del rock argentino (que luego trocaron por clásicos ochenteros, incluyendo una canción que no fui capaz de identificar y que tenía un video tan malo que quiero ubicar solo para ver el resto de los videos del grupo), y los precios re buenos. Carola tomó ferné y me dio a probar, y yo pedí una chela para la colección. Me trajeron una de litro, y como el plan consistía en seguir andando luego o ir a carretear en otros bares, no podía permitirme tomarme eso en el primer bar, así que la cambié por algo más chico. Lo mínimo era una Quilmes de medio litro…

Como comenté era un bar de pool, así que después de comerme un sándwich (que estaba muy bueno y tenía casi de todo) nos pusimos a jugar bola 8. Las mesas funcionaban con monedas, 2 pesos (como 300 pesos chilenos), y debía jugarse bola 8, porque las pelotas van quedando guardadas cuando las metes, salvo la blanca que vuelve, por lo que si juegas otra cosas y metes más una bola, no las puedes sacar.

Yo soy malo para el pool, y Carola sabía jugar, pero no era seca (aunque se mandó unas jugadas espectaculares, seguidas normalmente de un fallo igual de espectacular), y al final terminé ganando 2 de las 3 partidas que jugamos (la primera no la ganó nadie porque la bola 8 no la metimos en la misma buchaca que la última del color), pero más que nada por suerte.

Como la vida nocturna de La Rioja era bastante nula, decidimos que el próximo paso sería ir a comprar hielo y buscar un lugar piola para tomarnos en Ferné que habíamos comprado en Córdoba (sí, ya, no conté cada detalle de lo que hicimos) y adelantar algo de camino hacia los parques que visitaríamos el día siguiente, pero no antes de pasar al casino. El casino era como el resto de la ciudad, super chico. Miramos un rato, jugamos unas fichas, Carola perdió y yo tuve la suerte de ganar en Black Jack (con Black Jack incluido), así que entre los 2 nos fuimos netos.

Partimos sin rumbo fijo, buscando en un mapa y folleto turístico recientemente adquirido en un hotel (de verdad) donde valdría la pena ir. Comenzamos hacia el sur, pensando en ir a una montaña del toro, creo que se llamaba, pero luego encontramos en el mapa una cuesta que Carola recordó haber pasado antes, que era de estilo casi selvático y que podría valer la pena recorrer, más aún considerando que probablemente al cerro no podríamos pasar de noche porque era parque nacional, así que cambiamos de rumbo. Sin embargo, no era la cuesta que ella recordaba, sino algo completamente distinto que tendríamos que descubrir en el camino...


Hasta acá por ahora, porque llevo mucho. Ya seguiré con el resto. ¿Sirven de algo los cliffhangers para dejarlos entusiasmados?

1 comentario:

Æmilio dijo...

oye, que te queda bien tu barba Iñigo Montoya. Viste que son más entretenidas las fotos con caras.

Diré que las pausas dramáticas son super interesantes para que sigas escribiendo y así saber más de como te fue en el viaje.