Ese no era el plan original. Hace dos semanas Rodolfo había propuesto salir a recorrer entre todos, aprovechando el fin de semana largo, pero los demás no parecían interesados. Sí prendieron con la idea de arrendar una cabaña por dos días y disfrutar ese tiempo juntos, haciendo asados, conversando, jugando, dando jugo. A Rodolfo también le pareció una buena idea, y además pensó que podría recorrer los lugares cercanos en los tiempos muertos, y usar el último día, el Lunes, para ir a donde le faltara, y visitar la casa de Neruda en Isla Negra.
Pasó una semana sin novedades, y Rodolfo empezó a mover los hilos a falta de otra persona que lo hiciera. Las mejores ofertas ya habían pasado, siendo fin de semana largo fueron tomadas rápidamente, pero siendo miércoles logró conseguir un buen lugar a un precio adecuado. Llamó al resto, pero los ánimos parecían haber disminuido. Para el viernes en la mañana, y por distintas razones, ya era claro que el plan original no se llevaría a cabo.
Viernes, 5:30 de la tarde, tiempo de nuevos planes. O de disfrutar sin plan alguno. Rodolfo llega a su casa, decide terminar de ver la película que había comenzado hace ya una semana, Érase una vez en el Oeste. Peliculón, con tremendas actuaciones, piensa. Lástima que el director sólo hiciese 6 películas, sin embargo es lo suficiente como para dedicarle un podcast pronto.
20:30, buena hora para ver si tendrá algo más que hacer en la noche, o ponerse a pensar en la próxima película para cuando acabe la de Leone. Toma el teléfono, revisa su correo en busca de un número. “Sé que lo vi en un mail” piensa mientras salta de un mensaje a otro. Finalmente lo encuentra, y marca. “¿Hablo con Coté Santana, la escultora?”. Al otro lado de la línea parecen no escuchar, o no comprender. Finalmente el entendimiento llega, y quedan de ir a tomar algo. Así, con una gran noche de viernes, comienza otra buen fin de semana. Había un tema en común, un motivo que justificaba el encuentro, sin embargo prácticamente no se toca, salvo por un parecido producto de la oscuridad y la mala memoria. Un par de cervezas, un par de historias, un par de viajes y un par de obras, para finalmente quedar de conversar pronto, y de ir a tomar vino navegado en otra ocasión.
Sábado, un llamado despierta a Rodolfo. Es su hermana, quién está medio enferma, y le solicita, si puede, llevar a su sobrina a fútbol. Rodolfo mira la hora, y se disculpa. No alcanzaría a hacerlo, pues pretende salir relativamente temprano al litoral central, para aprovechar el día. En la noche se enteraría que su hermana había empeorado, y que sus padres habrían de viajar de Viña a Santiago para cuidarla.
No muchos minutos más tarde, llama Marisa, quién había manifestado intención de participar del paseo. Malas noticias, hubo un problema con su madre, y Marisa no sabe si podrá ir. Quedan de conversar hacia las 2. Rodolfo se levanta y prepara su maleta pensando un viaje de una persona: libros, notebook cargado con películas, series y comics, un mapa estelar por si el cielo está despejado y un par de cosillas más. “Un nuevo viaje solo no andaría mal para ordenar algunas cosas” cavila mientras hace su maleta, y no puede evitar lamentar no disponer en ese momento del bolso del tamaño adecuado para un viaje tan corto, por tenerlo prestado. Recuerda los comentarios de un par de amigos que le indican que lo de por perdido y lo olvide, pero sigue encontrando ese pensamiento poco racional, además que la necesidad de querer creer en la honestidad intrínseca de las personas le impide simplemente dejarlo estar. A veces, esa honestidad intrínseca requiere un empujoncito.
Luego de almorzar, toma su teléfono para llamar a Marisa. No alcanza a marcar, cuando éste suena. Es ella, quien avisa que podrá ir, pero un poco más tarde. Rodolfo accede, a pesar de no molestarle un viaje solo, piensa que puede disfrutar más uno acompañado. A las 5 en punto están partiendo con primer destino Quintay. “Podría haber llevado a mi sobrina al futbol”, piensa mientras maneja.
Cuando llegaron a Quintay, había un viento increíble, síntoma de probable temporal, lo que los locales confirmaron. Tomaron un café en un lugar cercano a la playa mientras Rodolfo revisaba un mapa que le facilitó la dueña del lugar. La lluvia comenzó en ese momento. Antes de irse, Rodolfo trató infructuosamente de comprar el mapa a la dueña, pues en una sola guía estaba Chile y Argentina.
No habían pasado ni 5 minutos en el auto cuando la lluvia comenzó a caer realmente fuerte, amenazando con que el cielo caería sobre sus cabezas. El viendo no amainaba, y desde el auto, Rodolfo sentía como el saber que era un punto de fuga le ayudaba a explicar la percepción de cómo se veía en ese minuto venir la lluvia hacia ellos. Desde ese minuto, la lluvia se convertiría en el tercer compañero de viaje.
Luego de Quintay, con lluvia y oscuridad total, partieron a Algarrobo, balneario que parecía robarle mucho a Reñaca. Después de preguntar en diversos lados, optaron por quedarse en una cabaña a las afueras del pueblo, la que estaba junto a un pub inaugurado hace muy poco, lo que les daba algo fácil para hacer en la noche de lluvia.
En el bar había una ecléctica banda de Blues, con un anciano gringo de vocalista y guitarrista principal, un ciego en el bajo, un baterista que parecía ex militar, y un par personajes más. La banda era, increíblemente, muy buena. Mientras escuchaban cada uno tomó una copa de vino, lo que llevó a que Marisa terminara ebria y hablando a un volumen mayor al socialmente aceptable. En uno de los interludios de la banda, el anciano pasó cerca de los viajeros, lanzando un casual “Having fun?”. Rodolfo respondió con un sencillo “Yeah”, a lo que el cantante replicó “Oh, you speak english”, lo que derivó en una conversación en la que se enteraron que él era de Louisiana, que había trabajado como taxista en New York, que había llegado a Chile por un compañero que trabajaba para Jaques Custeau y que se había casado con una gitana chilena porque hablaba su mismo idioma, entre otras cosas, mientras Rodolfo se sorprendía de cómo con un simple “Yeah” el viejo hubiese rápidamente sacado la conclusión de que él hablaba inglés.
Al día siguiente recorrieron Algarrobo a pie, escapando rápidamente al auto cuando la lluvia comenzó a caer. De ahí siguieron a Quintay, hermoso pueblo con muy bonitas playas, y la lluvia hizo una pausa para que pudieran bajarse, tomar algunas fotos y disfrutar el paisaje. Luego vino Punta de Tralca, lugar plagado de letreros con extraños mensajes, cortesía de la primera junta de vecinos.
Isla Negra fue la siguiente parada, donde estaba el único punto de visita obligatoria en el itinerario de Rodolfo, la casa del poeta. No bien entraron aun restaurante a comer, la lluvia arreció nuevamente. El lugar elegido para comer era más que solo un restaurante, parecía casi un club social, donde los habituales podían sentarse a conversar con los dueños mientras tomaban un coñac. La vista, además, era increíble. Mientras almorzaban, cavilaban que la mayor fuente de ingresos de esa localidad debían ser los estacionamientos y restaurantes.
Habiendo terminado de comer, se dirigieron a la casa de Neruda, para lo cual el tercer compañero de viaje interrumpió su diluvio, el cual continuó e intensificó no bien los viajeros habían llegado al resguardo del museo. Los turistas que ahí estaban se mostraban sorprendidos y atemorizados por lo fuerte de la lluvia, pero Rodolfo no se preocupaba demasiado, sabía que pararía a tiempo, y así fue, pues para cuando tenían que recorrer la casa por fuera, ni rastros había de la lluvia.
Volvieron al auto, y una vez en camino comenzó nuevamente a llover. Entraron por un camino no muy bien indicado en el mapa a la Laguna el Peral, en donde se quedaron más tiempo del esperado, pues entre la lluvia y la oscuridad no lograban encontrar la salida. Una vez en la carretera, se dirigieron a Cartagena, con Marisa comentando que estaba bien que existiera un lugar así, “para que los rotos puedan veranear, y mejor todos juntos en un lugar que dispersos”. En este lugar no costaría encontrar lugar donde dormir, pues está lleno de hoteles y residenciales, y de hecho se quedaron en el primer lugar que encontraron, el cual costaba la mitad del de Algarrobo, y era del mismo nivel, y con vista al mar. Luego de dejar sus cosas en la habitación y el auto a resguardo, salieron a caminar por el borde costero, aprovechando que la lluvia había cedido nuevamente un espacio, y Rodolfo aprovechó de comer unas papas fritas a precio de Cartagena, pese al temor de Marisa del dolor de estómago que podrían producir.
De vuelta en la habitación, vieron una película en el notebook, y se acostaron para estar prestos al día siguiente.
El día Lunes se dirigieron a San Antonio, Lloleo y Santo Domingo, para luego llegar almorzar a Pomaire, donde cada uno compró una planta y Rodolfo encontró un par de compañeros de universidad.
De vuelta en su casa, Rodolfo vio “Se Arrienda”, de Alberto Fuguet, en preparación para el último día de “Desde el Plató”, que se desarrollará el martes. A pesar de no encontrarla una gran película, la disfrutó, y sintió que al menos mejoraba mientras avanzaba. Sí notó que los diálogos sonaban forzados, que algunos actores no daban la talla (o el papel) y que era todo bastante cliché y lugar común. Aprovechó también de escribir del viaje y subir las fotos para mostrarlas a los amigos, y pensó que quizás podría grabar un podcast antes de acostarse, pero mientras escribía notaba que no tenía el ánimo suficiente, y que sería mejor hacerse un minuto al día siguiente antes de acostarse.
Mientras terminaba de escribir, conversaba con algunos amigos por MSN, y pensaba que, a pesar de no haber seguido el plan original, había sido un gran fin de semana.
Fotos del Litoral Central
lunes, junio 29, 2009
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